viernes, 4 de junio de 2021

Consigna de escritura basada en "Besos por Flores", "Animetal" y "Fumar debajo del agua" - Nora

Perdidas en el barrio de las mil casitas


En 1984, la Argentina respiraba aires de libertad y esperanza. Con mis veinte y pocos años compartía sueños con amigos y compañeros. Tal vez esa fue la edad en la que acumulé más anécdotas disparatadas, debido al desmedido entusiasmo por avanzar y la poca experiencia para enfrentar los avatares de la vida.

Con Gladys, Alicia y Patricia formábamos un equipo de estudio infalible. Preparábamos los parciales, trabajos prácticos y exámenes juntas. Nos repartíamos los textos para leer y luego cada una hacía un informe que fotocopiaba para el resto. Antes de un parcial o examen, nos reuníamos para exponer nuestros resúmenes e interpretaciones.

En el último año de la carrera, Patricia se trasladó a Córdoba y nuestro equipo se transformó en un trío desbalanceado. Coincidentemente, se incorporó a nuestra comisión una alumna que había tomado un año sabático. Invitamos a Liliana, la nueva compañera, a integrar nuestro grupo.

Alicia vivía en Ituzaingó; Gladys y yo, en Castelar; pero Liliana residía en Liniers, en la ciudad de Buenos Aires. Las tres viejas del grupo estábamos acostumbradas a viajar todos los días en el tren Sarmiento para ir a cursar al profesorado. Así que cuando le tocó a Liliana ser anfitriona, no nos pareció un desafío. Nos reunimos en la estación de Castelar, a las 14, el primer sábado de junio. Viajamos en el tren Sarmiento y nos bajamos en la estación Liniers.

Era una tarde diáfana, en la que los rayos de sol intentaban entibiar el aire otoñal. Caminamos unas cuadras por la avenida Rivadavia, esquivando vendedores ambulantes y colas de pacientes pasajeros de colectivos. Doblamos en la calle Carhué hasta Ventura Bosch. Y en ese momento entramos en un lugar encantado de la ciudad de Buenos Aires. El barrio de las Mil Casitas parecía un recorte de un pueblo holandés. Todas las viviendas eran muy parecidas, tenían una planta alta con frente sobre la línea municipal, solo las ubicadas en las esquinas tenían un pequeño jardín. Buscamos, entre las angostas calles flanqueadas por árboles desnudos, el pasaje La Cautiva. Era la hora de la siesta, por lo tanto no había ningún vecino visible a quien pedirle ayuda. Después de dar muchas vueltas, encontramos el pasaje indicado por nuestra compañera, pero la confusión continuó. Liliana había escrito con trazos apurados la dirección en mi cuaderno. Yo leía La Cautiva 720, pero Gladys y Alicia estaban convencidas que la numeración correcta era 420. En realidad, el número era un garabato; pero para la mayoría era un 4.

Nos dirigimos a la casa con la numeración 420. Tocamos el timbre y nos abrió la puerta una señora con cara de desconcierto.

Buenas tardes, somos las compañeras de Liliana se adelantó Alicia.

Nos invitó a su casa para estudiar para el parcial añadió Gladys.

Mmmmm. ¿Qué extraño? Liliana no me dijo nada respondió la dueña de casa. Pero pasen. Liliana está durmiendo, ya la llamo. Mientras tanto entren y siéntense.

Atravesamos un angosto pasillo y nos sentamos en unos cómodos sillones del living. Nos preocupó que la mujer no llamara de inmediato a Liliana. Fue a la cocina a preparar café. A los diez minutos de un incómodo silencio, volvió con una bandeja con pocillos y un plato con galletitas.

Quiero hablar con ustedes sin la presencia de Liliana. No sé si saben que está pasando un mal momento. Está muy triste y tengo miedo que tome una mala decisión nos advirtió su madre.

No sabemos nada. Hace poco que nos conocemos y tal vez no nos tiene la suficiente confianza para contarnos sus problemas aclaró Alicia.

Liliana casi no me habla. Se encierra en su habitación para llorar. Su novio la dejó para irse al sur con su mejor amiga. Pobre, sufre una doble traición. Sólo les pido que la observen y la acompañen en este momento. Si ven algún comportamiento extraño, por favor háganmelo saber nos confesó la mujer.

Por supuesto respondimos todas

Seguidamente vimos una figura bajando por las escaleras. Con un rostro pálido enmarcado por enmarañados cabellos, la joven se detuvo bruscamente y preguntó:

¿Quiénes son estas chicas?

Tus compañeras de estudio respondió la madre.

Te hicieron el cuento del tío, no son mis compañeras. Seguro son unas ladronas. Llamá a la policía alertó la recién despertada.

Pero la mujer, en vez de tomar el teléfono, levantó una silla con intención de arrojarla sobre nosotras. La joven se abalanzó con una espada que descolgó de la pared.

No sé cómo tomamos nuestras carteras y abrigos con rapidez, atravesamos el pasillo y abrimos la puerta, que por suerte tenía la llave en la cerradura. Empezamos a correr con desesperación, mientras detrás la chica nos gritaba y amenazaba con la espada.

Corrimos hasta La Cautiva 720, y sin aliento tocamos el timbre. Por suerte, nos recibió nuestra compañera Liliana, quien con asombro nos preguntó:

¿Se perdieron?

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