"Después del almuerzo" cuenta la historia de un chico joven obligado por sus padres a pasear en el centro con “él”. Este segundo individuo no es descripto. Ignoramos por completo cuál es su naturaleza (su aspecto, su condición física y moral, etc.)
El mecanismo más evidente utilizado en
ese cuento es el vacío de información. Ya desde el principio,
resulta llamativo el hecho de que la presentación del narrador sea tan laxa.
Tenemos una sola referencia espacial (“en mi cuarto”), una indicación temporal (“después del almuerzo”) y el elemento principal de la acción “tenía que
llevarlo de paseo”.
Es gracias al punto de vista interno y
al registro de lengua que podemos componer una identidad del narrador:
corresponde a un preadolescente que estudia, recibe la autoridad de sus padres,
tiene interés en su par de zapatos amarillos… y podemos deducir algunas
características físicas y morales de sus padres.
En cambio, a lo largo del cuento, el
otro personaje aparece para el lector como algo desconocido, algo cada vez más
misterioso que no encaja con uno de nuestros referentes normales. Al contrario,
la apariencia y naturaleza de “él” está totalmente asimilada por los
personajes. Hay un desfasaje entre las informaciones que tienen y las que
nosotros lectores tenemos. Lo que es evidente para el narrador, sus padres y su
tía nos crea un misterio, una extrañeza que ellos no sienten. Hay una
diferencia de percepción entre los personajes y los lectores que nos lleva en
una incertidumbre constante.
Esta ocultación voluntaria genera
curiosidad en el lector, que intentará, por una razón natural,
caracterizarlo e identificarlo. No parece ser un animal por tener
unas conductas humanas como subirse en el metro, sentarse en un banco, comer
maníes y caramelos o abrir la ventanilla. Pero tampoco puede ser un humano
porque pasó “esa cosa horrible con el gato de los Alvarez” y porque se
percibe como un peso difícilmente controlable: “para que molestara menos”,
tiene que agarrarle, “tironear con todas mis fuerzas”. Es una
impresión reforzada por los consejos de su tía: “Y no te olvides de darle un
poco, es preferible.”
Ese problema al momento de identificar
la naturaleza de esa cosa extraña crea un ambiente siniestro que utiliza
Cortázar mezclando nuestras referencias conocidas con lo extraño, lo anormal.
Hay una duda constante sobre la
naturaleza de “él”, lo cual dispara muchas ambigüedades: el propio
término de “llevarlo a pasear” puede referirse a una mascota, una persona
anciana, enferma, niña, es decir dependiente de los demás, o alguien
constantemente encerrado… También, Cortázar finge darnos indicios añadiendo la
posibilidad de su contrario: “las palabras no las escuchaba o se
hacia el que no las escuchaba”. Además, está presente el recurso de fuentes
exteriores en las cuales el narrador se apoya para saber, sacarse de esa duda
que también tiene: “un día alguien había contado que era capaz de…”
El registro fantástico del cuento esta
creado por esta confusión de incertidumbre al identificar “lo” y se refuerza
con el comportamiento de las personas “normales” hacia él. El narrador teme el
encuentro con la masa y su reacción hacia “él”. Al no poder esquivarla en el
metro, desarrolla un gran estrés: “tenía miedo de oír alguna exclamación o
un grito”, “estaba con los nervios de punta”. Para nosotros, lectores, demuestra una cierta responsabilidad que parece pesar sobre los
hombros del preadolescente. Su aprehensión y su miedo están descritos de manera
detallada, hay una voluntad de llevar al lector en esa tensión que siente el
protagonista. Además, se aumenta con la constante preocupación del narrador de
llamar la atención hacia ellos. Esa molestia de la mirada está omnipresente
durante todo el paseo por la ciudad: el preadolescente destaca la hesitación de
los guardas o las reacciones de la gente “le hacia algún comentario a
otro, o se pegaban con el codo para llamarse la atención”. Pero vuelve a
ser una verdadera obsesión, una aprehensión instintiva: anticipa sobre las
personas que eventualmente podrían ser testigos de una escena o esquiva la
atención hasta cuando no está con “él”. La sensibilidad del narrador subraya el
traumatismo que le han causados los paseos con ese sujeto extraño y nos crea
casi un sentimiento de piedad hacia el preadolescente.
Aquí está toda la inteligencia de la obra de Cortázar. Con una simple evocación y la narración interna de un personaje frágil, el lector entra en el registro del siniestro, siente tensión, aprehensión, miedo, misterio, hesitación, compasión.
Texto adaptado de https://emiliakiara.wordpress.com/2013/03/17/cuento-despues-del-almuerzo-julio-cortazar/
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